02 mayo 2014


 El Parque Martí y el reto de contar la historia.




Por:  Jorge Luis Peña reyes

No siempre existió en este sitio un  parque tan acogedor y frecuentado.
En sus orígenes era el descanso de la feligresía de la iglesia católica antes o después de los servicios religiosos.
Característico de las construcciones de esta denominación religiosa  era situar al frente de sus templos plazas para el reposo y el esparcimiento de sus fieles.
 La plaza al centro tenía  un sugerido espejo de agua que le otorgaba cierto lucimiento a la que sería  llamada a partir de la segunda década del siglo, Plaza Bolívar, aunque no con mucho arraigo entre los villazulinos.
Hasta 1927 no tuvo este espacio carácter de parque, cuando el alcalde  José Vicente  Aldana de  Torriente lo separó del ámbito eclesial y le agregó elementos como bancos y jardines.
Las  logias Masónicas de la Villa azul, Delicias y Chaparra edificaron en 1936 este rincón con un singular alto relieve que muestra un Martí meditabundo, esculpido por un destacado artista camagueyano de la época.

En el  centenario del apóstol, en 1953, las autoridades lideradas por el entonces alcalde de Puerto Padre Amado Escalona sembraron como símbolo de la nacionalidad  una postura de ceiba proveniente  de Parada, y  plantada en tierra de los trece barrios del municipio, desde la Yaya hasta Naranjo, así se unió el árbol  al culto martiano.
Posteriormente se construyó un murete al que se le empotró  una verja terminada en punta para proteger al  busto martiano  y escoltado en esta ocasión por tres palmas reales  dispuestas en triángulo, según los  principios de la masonería.
Al triunfo revolucionario una comisión ideó situar al centro la fuente y Amauris Alvarez Aldate fue el gestor de la actual obra, en la que utilizó elementos marinos para su conformación.
Desde el punto de vista artístico no tiene grandes valores, solo el referido a la memoria, ligada a la infancia de muchos  puertopadrenses.
El hecho de pintar de verde la mezcla que empotra las piedras marinas agudiza el mal gusto y habla de esa anarquía que existe en los procesos seudoculturales respaldados casi siempre  con las buenas intenciones, pero ya se sabe,  de qué están empedrados los caminos al infierno.
Sin dudas el Parque José Martí y no el de los vagos como se conoce vulgarmente es un sitio patrimonial que merece sentido de pertenencia y cuidado. No faltan los que sin escrúpulos agreden su integridad y dañan esos bancos de mármol, casi extinguidos  en La Villa Azul. Para enmendar los estragos no siempre se disponen de los materiales idóneos, ni confluye esa beneficiosa  preocupación de conservar el patrimonio, por eso estas soluciones  tienen el mérito de apuntalar una obra que necesita a gritos restauración, pero no es suficiente, a msaniendas de su utilidad al convertirse  años tras años en el principal escenario de eventos  culturales relevantes. Sin dudas esta desecada fuente interrumpe el espectáculo por su ubicación al centro.
Vuelvo a  la fuente, porque sobresale en su anacronismo y deterioro.
En su lugar  y a partir de un estudio creadores del patio pudieran alzar  un monumento  con más altos valores estéticos, que refuerce tal vez el sentido martiano o religioso para que el conjunto se integre con la armonía deseada a la historia villazulina.

Rescatar el patrimonio no solo es aplicar cosméticos,  es hacer que cada sitio cuente su propia historia.
Por el momento el Parque Martí seguirá siendo ese acogedor sitio para transeúntes, artistas  y desocupados.

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